El fuego de la misión
Misión: esta es sin duda la palabra que mejor resume la conclusión del gran encuentro de Pentecostés entre el Obispo de Roma y más de doscientos mil fieles pertenecientes a asociaciones y movimientos católicos.
Precisamente la realidad, necesaria y urgente, de testimoniar y predicar el Evangelio estuvo en el centro de la larga vigilia y después en la homilía que el Papa Francisco pronunció durante la misa en el atrio de San Pedro, retomando también temas y expresiones de su predicación diaria en Santa Marta, tan eficaz como cautivante.
Igualmente vívidas y apasionadas fueron las respuestas del Pontífice a cuatro preguntas que se le plantearon. «He pensado en ellas», dijo inmediatamente, como para subrayar la autenticidad de un testimonio en primera persona, que es la clave para entender de verdad las palabras del Obispo de Roma y el interés que están suscitando también fuera de la Iglesia y de sus confines visibles. De hecho fue la experiencia personal —«la historia de mi vida»— lo que el Papa Francisco evocó enseguida para dirigirse a los presentes en la plaza de San Pedro y a muchísimas más personas, mujeres y hombres, en todo el mundo.
¿La fe? Tuve la gracia de una familia donde esta realidad se vivía de modo sencillo y concreto, respondió; y era una mujer —«la mamá de mi padre»— quien «nos hablaba de Jesús». Como muchas otras mujeres, desde los primeros tiempos de la Iglesia: por ejemplo, Loide y Eunice, la abuela y la mamá de Timoteo, cuya fe se recuerda expresamente al inicio de la segunda carta que le dirige el apóstol, observó el Pontífice.
Igualmente vívidas y apasionadas fueron las respuestas del Pontífice a cuatro preguntas que se le plantearon. «He pensado en ellas», dijo inmediatamente, como para subrayar la autenticidad de un testimonio en primera persona, que es la clave para entender de verdad las palabras del Obispo de Roma y el interés que están suscitando también fuera de la Iglesia y de sus confines visibles. De hecho fue la experiencia personal —«la historia de mi vida»— lo que el Papa Francisco evocó enseguida para dirigirse a los presentes en la plaza de San Pedro y a muchísimas más personas, mujeres y hombres, en todo el mundo.
¿La fe? Tuve la gracia de una familia donde esta realidad se vivía de modo sencillo y concreto, respondió; y era una mujer —«la mamá de mi padre»— quien «nos hablaba de Jesús». Como muchas otras mujeres, desde los primeros tiempos de la Iglesia: por ejemplo, Loide y Eunice, la abuela y la mamá de Timoteo, cuya fe se recuerda expresamente al inicio de la segunda carta que le dirige el apóstol, observó el Pontífice.
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