miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vidas truncadas entre el desierto y el mar

Año XLV, número 45 - Ciudad del Vaticano - 8 de noviembre de 2013
El Papa en su primera visita al cementerio del Verano reza también por los inmigrantes fallecidos


Vidas truncadas entre el desierto y el mar «buscaban una liberación, unavida más digna». Vidas que el Papa Francisco no puede olvidar. Así, el viernes 1 de noviembre, solemnidad de Todos los santos, las víctimas de las enésimas tragedias de las emigraciones ocuparon el centro de una jornada vivida bajo el signo del recuerdo, de la conmemoración de quienes nos precedieron en esa «riba » donde se lanza «el ancla de la esperanza» cristiana. Una esperanza que en el cementerio romano del Verano
estuvo simbólicamente representada por la rosa roja depositada sobre una de las tumbas históricas
del cementerio monumental romano, donde el Papa Francisco celebró la misa por los difuntos, retomando una antigua tradición interrumpida hace ya veinte años.
Ningún folio para un discurso que el Pontífice quiso que fuera comprendido en su espontánea sencillez. Capaz, por lo tanto, de hacer captar en su inmediatez la imagen «tan bella» de ese cielo —del que hablaba el pasaje del Apocalipsis leído durante la celebración— al cual sólo se puede acceder lavado por la sangre de Cristo.
Una sangre —recordó el Obispo de Roma al término de la misa— similar a la derramada por quienes mueren buscando la libertad de violencias y miseria. El Papa Francisco no olvidó a los vivos, los que se salvaron de las tragedias, que hoy viven «amontonados» en centros de acogida incapaces de hospedarles adecuadamente.
Para ellos el Pontífice invocó una rápida conclusión de los procedimientos legales en vista de un alojamiento más digno. Pocas hora antes, en la plaza de San Pedro, ante una gran multitud de fieles, el Santo Padre había relanzado la misma imagen de humanidad que sufre a causa del odio traído
al mundo «por el diablo». Y había pedido oraciones por las víctimas de ese odio. ¿Cómo derrotarlo? Los santos, dijo, nos indicaron el camino: «Nunca odiar, sino servir a los demás, a los más necesitados; rezar y vivir en la alegría. Este es el camino de la santidad». Recorrerlo no significa ser «superhombres» sino personas dispuestas a fiarse de Jesús, «que no decepciona nunca», y, por lo tanto, capaces de vivir con «la alegría en el corazón» y transmitirla a los demás.

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